Estaréis de acuerdo conmigo en que, una vez formas parte de un grupo que destina su actividad diaria principalmente a la práctica de una disciplina deportiva, gran parte del devenir de las semanas depende única y
exclusivamente del resultado final que hayas obtenido el fin de semana. Centramos el foco de atención en la “competición”, la cual acapara todos los esfuerzos y gran parte de la energía que destino cada día.
¿Dónde queremos llegar con este artículo y con su reflexión? ¿Hasta qué punto depende mi estima y mi felicidad de lo que sucede en competición? ¿Soy válido y suficientemente bueno si consigo el resultado por el que tanto he trabajado? O, por el contrario, ¿no soy apto o lo suficientemente bueno al no haber logrado conseguir lo que deseaba?
¡Vamos allá!
Siempre se ha dicho que cuando el resultado deseado se alcanza, es más fácil ser entrenador. Y es que, en la gran mayoría de casos, el locus de control en estos casos será interno, es decir, habrá sido gracias a uno, a nosotros, y a todo el esfuerzo y trabajo dedicado durante toda la semana, el cual ha dado sus frutos. Siguiendo la lógica de “si me esfuerzo consigo recompensa” el desenlace en competición ha sido satisfactorio. Cuando se gana, independientemente de cómo se haya conseguido dicha victoria, tendemos a reforzar el “yo” y nuestra autoestima, lo cual nos permite ir creando un concepto propio y de grupo sólido y de valía. He aquí, para mí, la peor parte de cada victoria, especialmente si hablamos en alto rendimiento.
Cuando lo haces, repito, independientemente de la manera en que suceda, todo lo de alrededor cobra sentido y nada se cuestiona. Pasas a ser una persona que hace bien su trabajo y que considera que está invirtiendo bien su tiempo. Y esto no siempre es así, y es donde más deberíamos trabajar los psicólogos del deporte. ¿Y qué pasa en el extremo contrario?
Una vez sucede algo no agradable, el ser humano tiende a buscar factores externos que expliquen lo que ha sucedido, y la responsabilidad pasa de ser principalmente nuestra a ser de factores como la suerte, los árbitros, las condiciones desfavorables o el rival, es decir, el locus de control pasa a ser externo. Y como no podía ser de otra manera, la finalidad de lo comentado no es otra que la de seguir protegiendo el “yo” y nuestra autoestima. Ésta, a pesar de nuestra lucha por mantenerla, se verá afectada siempre que centremos nuestra atención exclusivamente en el resultado. Paso de ser alguien que tiene un talento especial para el deporte a ser alguien que quizá no sirve para lo que ha destinado toda su vida. Además, si es también la vía de sustento laboral principal, el miedo a perder no solo la estabilidad emocional, sino también la económica hace de ésta una situación a tener muy en cuenta para trabajar de cara a una gestión inteligente.
Todos amamos el fútbol, pero una vez has conseguido destinar tu vida a esa actividad con la que realmente disfrutas y crees que has nacido para ello, tienes que tener en consideración y no dejar de trabajar diversos aspectos para que lo que al principio parecía un sueño, no se acabe convirtiendo en una pesadilla.
El factor externo al “yo” producido por centrar el foco atencional, nuestros esfuerzos y gran parte de nuestra energía en algo que no controlamos y nunca controlaremos puede pasar factura. Por ello, debemos siempre permanecer en el presente y centrar este foco en lo que sí depende de mí, en lo que influyen directamente en el rendimiento.
Entrénalo.
*Este artículo ha sido publicado íntegramente en la revista de la FFCM.