No me digan cómo ni por qué, pero ya es septiembre. Atrás quedó la puesta a punto del verano para dar paso a esta nueva época en la que todo arranca. Desde las dietas de cada año que nos quitan el brillo, a las competiciones deportivas que nos dan la vida. Es el mes de los propósitos.Y, por tanto, también el de la difícil toma de decisiones. Con la ilusión de dar el paso con libertad, pero también con el peligro mayúsculo de la conciencia: las opciones por las que hoy nos decantemos tendrán trascendencia en el futuro a corto plazo. No olviden que nuestras elecciones nos catapultarán durante el resto de la temporada con una sonrisa en la boca si hemos elegido el camino adecuado o, por el contrario, nos harán deambular con el gesto torcido durante meses por no haber pensado las cosas con detenimiento. Por eso, cuando un padre o una madre me piden opinión estos días para esclarecer a qué escuela (mayormente de fútbol) apuntar por primera vez a sus pequeños, porque dudan entre varias alternativas, suelo ser tan conciso como tajante: a aquella en la que más y mejor invierta en la formación. Vamos, como lo harían al optar por las clases de danza, piano o kizomba.
¿Se imaginan inscribir a sus hijos o hijas a unas clases de guitarra en las que el profesor sepa únicamente tres acordes porque lo suyo, realmente, sea la armónica? ¿Y llevarles a aprender inglés y dejarlos en manos de un manchego como yo que dice jelou sin disimulo? No todo vale. Parece una obviedad y no lo es. Un entrenador es a una escuela deportiva lo que un profesor de matemáticas a un instituto. La responsabilidad, por la ascendencia sobre los alumnos, es máxima. Y las consecuencias, trascendentales.
Así, cuando veo algunas escuelas que sólo dotan a sus jugadores de la mejor ropa como premio por la confianza depositada, sin más, y les prometen competir en los mejores torneos realizando los viajes más suculentos para estar a la altura de las cuotas exigidas, intento contenerme y recordar otros ejemplos. Lugares con los mismos o incluso menores recursos donde la prioridad, una vez cubiertas las necesidades básicas materiales, son poner a las personas en el centro del proyecto e invertir en su crecimiento: contratar un segundo entrenador en cada equipo para dar un mejor servicio, apostar por los talleres formativos, afanarse en organizar sesiones con padres y madres para que estén al corriente del proyecto y sumen, elaborar con la opinión de todos, entre otras cosas, un buen régimen interno… Por eso para TYM, más allá de todo lo que hace en otras instituciones, ir cada semana a trabajar con el Racing Villaverde, Electrocor, Odelot y a partir de este mes con el Alcobendas Levitt, Guindalera, Alcázar, Criptana y tantas otras escuelas es una satisfacción doble. Por un lado,por ver que hay conciencia y voluntad de mejorar desde el deporte como personas, como equipo y, a la larga, como sociedad. Y segundo, por tener la suerte de formar parte del proceso.
Desde la experiencia como futbolista, y ahora como miembro de Train Your Mind, la gran diferencia que he visto y veo a menudo entre una buena escuela, academia o cantera y las demás se capta al instante: si hay una obsesión permanente o no porque cada uno de los miembros que integran el proyecto mejoren y progresen con un plan definido y no por arte de magia. Ahí, a pesar de que el deporte ha evolucionado a velocidad de crucero aún queda mucho camino por recorrer. Y lejos de ser dramáticos, debe reinar el optimismo: se recorrerá antes o después. Aunque sólo sea porque se nos da mejor copiar que crear. Si la NBA ya obliga a los clubes a tener en su organigrama a un psicólogo deportivo, tengan la certeza de que pronto ese modelo se importará. Por eso, un ruego para los que manejan presupuestos: apuesten por la Psicología Deportiva por iniciativa propia antes de que sea por narices o por ley. Si TYM es el elegido es lo de menos. Y un consejo para los que deben tomar decisiones sobre terceros: importa más la calidad que la cantidad, y es más determinante una herramienta psicológica contra la frustración, por ejemplo, que una chupa Adidas anti frío.